martes, 23 de abril de 2024

‘Sugar’ escribe una carta de amor al ‘noir’, Hollywood y Los Ángeles

Colin Farrell protagoniza una serie que homenajea a clásicos del cine negro tanto en su temática como en su estética

Colin Farrell, en un momento del segundo episodio de 'Sugar'.

NATALIA MARCOS

Madrid - 06 ABR 2024 

Cuando el espectador conoce a John Sugar, lo hace en blanco y negro. Está en Tokio y busca al hijo de un jefe de la yakuza, la peligrosa mafia japonesa. Poco después, con ese caso ya resuelto, en color y acompañado por la voz en off del propio protagonista, John Sugar aceptará un nuevo caso. Discretísimo, muy eficaz y especializado en la búsqueda de personas desaparecidas, ahora le contrata un legendario productor de Hollywood para buscar a su nieta.

Sugar (estreno el 5 de abril en Apple TV+ con sus dos primeros episodios) es, sin disimulo, una carta de amor al clásico género literario y cinematográfico de los detectives privados. Lo es en su personaje, la clase de hombre solitario, atormentado, misterioso y de pocas palabras que podrían haber interpretado Humphrey Bogart o Robert Mitchum y al que aquí da vida Colin Farrell. Lo es en su estética y en los movimientos y ángulos de la cámara, inspirados en el cine de los años cuarenta y cincuenta. Y lo hacen explícito los clips de clásicos como Retorno al pasado (1947), Historia de un detective (1944), El sueño eterno (1946), El halcón maltés (1941), El beso mortal (1955) o Los sobornados (1953) que interrumpen el discurrir de los capítulos.

Y por encima de todos, está Chinatown (1974), la película que Simon Kinberg, uno de los productores ejecutivos de Sugar, menciona como referente claro de la serie creada por Mark Protosevich y dirigida por el brasileño Fernando Meirelles. “Aunque el ADN y la genética del noir está en mucho de lo que vemos hoy en día y en las series de detectives que hay en la televisión, y dios sabe que hay cientos, y en muchas películas sobre crímenes, quería hacer algo que fuera una carta de amor a aquellas películas originales”, cuenta el productor en una entrevista por videollamada. “Ahora, o hay historias de detectives y policías, donde lo importante es el argumento, o giran a algo más interesante, para mí, que son los personajes y la emoción. La combinación de las dos cosas es rara de encontrar hoy. Como alguien que lleva mucho en esto, creo que ahora no tienes esa combinación de una historia con profundidad y un gran trabajo de personaje al mismo tiempo”, añade.


Kirby y Colin Farrell, en la serie 'Sugar'.

Sugar, además de homenajearlo, actualiza el género negro y el estereotipo del detective privado. “En las películas noir clásicas, el detective tiende a ser alguien confiable, capaz y no particularmente misterioso, un poco unidimensional. El personaje de Sugar es, en muchos sentidos, el mayor misterio de la serie. Es complejo, vulnerable y humano”, explica Kinberg. A ello ayudaron las aportaciones de Colin Farrell. El actor irlandés, también productor ejecutivo de esta ficción, ayudó a construir el personaje y a dar personalidad a la producción entera, según explica Kinberg. “Él ha aportado al personaje la fortaleza y el carisma de una estrella de cine, y al mismo tiempo, sientes que es un hombre herido, roto y vulnerable, inocente”, añade el productor, que también destaca la fortaleza de los personajes femeninos como otro elemento en el que la serie se diferencia del noir más clásico, donde las mujeres tendían a ser “o débiles o malvadas”. Además, la trama de la serie, situada en el presente, aborda temas como la adicción, la misoginia, la identidad sexual y racial, el acoso sexual y la trata de personas.


Más destinatarios

La carta de amor que escribe Sugar, con ocho capítulos que, a excepción del primero, apenas superan la media hora, tiene más destinatarios. Otro de ellos es el cine en general. Muchas de las localizaciones encierran referencias al Hollywood clásico. Por ejemplo, la gran mansión en la que vive el veterano productor que contrata a Sugar, Jonathan Siegel (interpretado por James Cromwell) fue residencia del productor de James Bond Albert Broccoli. El bar en el que Sugar conoce a Melanie, la madrastra de la chica que busca (interpretada por Amy Ryan), es en realidad el legendario Boardner’s, un pub que abrió las puertas en 1927 y que, entre otras muchas, ha aparecido en L.A. Confidential (1997).


Amy Ryan y colin Farrell, en la barra del Boardner's en el primer episodio de 'Sugar'.

El tercer destinatario de esta misiva es, precisamente, la ciudad de Los Ángeles. Al igual que títulos como Un largo adiós, Chinatown, Heat o, claro, L.A. Confidential, Sugar también explora una urbe que, en palabras de Simon Kinberg, es “un lugar fascinante, complejo y caótico”. “Vivo aquí y es un sitio de increíble oscuridad, increíble luz, bondad, maldad, corrupción, amabilidad… Por eso creo que Chinatown era una gran referencia para nosotros, porque muestra los puntos más altos de Los Ángeles y Hollywood, eso con lo que todo el mundo fantasea, y luego también la realidad de esa fantasía, que puede ser muy oscura, muy cruel, muy violenta y peligrosa”, reflexiona.

Grabar en Los Ángeles también fue, al mismo tiempo, el mayor reto para la producción. “Es muy poco común rodar en Los Ángeles, a pesar de que la gente de la industria vive aquí. Llevo en este negocio unos 25 años y solo he hecho otra cosa antes aquí, y fue mi primera película, Sr. y Sra. Smith. Es muy difícil cortar una calle en una ciudad donde todo el mundo conduce. Trabajar en localizaciones aquí es más difícil de lo que debería”.

Para Kinberg, también creador de la serie de Apple TV+ Invasión, las historias de detectives permiten dar orden y tener tranquilidad en el caos actual. “Nuestro mundo da miedo y es un caos, es complicado, y la verdad es difícil de encontrar porque las redes sociales y los nuevos medios e incluso nuestros líderes nos mienten. La idea del detective como faro de la verdad, alguien que puede encontrar la verdad, es un mundo donde todo es tan confuso, es reconfortante, y quizá ahora más que nunca porque el mundo es más caótico que nunca”.


El Pais, sábado 6 de abril de 2024


lunes, 22 de abril de 2024

Biografía de una leyenda

Carlos García Gual compila en un volumen dos textos emblemáticos de la tradición popular en torno a las gestas de Alejandro Magno


Medallón de Alejandro Magno, de en torno a 1500. Heritage images/Getty


Por David Hernández de la Fuente

En el kilómetro cero de la literatura se encuentra la narrativa patrimonial más pura, de raigambre popular, que se concreta en la Antigüedad tardía en algunas preciosas reliquias de novelas pioneras. El último de los géneros que inventaron los griegos, a partir de ciertos mimbres posclásicos -las aventuras de amantes peregrinos, los viajes a países fantásticos y las vidas legendarias de personajes extraordinarios- entrelazados  en la forma de un relato marco y sus pequeñas narraciones enmarcadas, tiene en la fabulosas Vida de Alejandro uno de sus ejemplos más singulares. Nacía así este "género sin nombre" que va desde la novela griega al romance medieval y, de ahí, hasta la modernidad en una larga peripecia de la que es gran conocedor el editor de este volumen, Carlos García Gual.

Más allá de la historia, el monarca macedonio, famoso por su fugaz gesta en la historia del helenismo, protagonizó aventuras sin par en las que, para explorar lo desconocido, descendía a las profundidades del océano o se elevaba por la bóveda celeste llevado por animales fantásticos. Otras veces conversaba con los ascéticos brahmanes o con árboles y aves parlantes, y conocía a seres monstruosos a los que luego había de confinar tras un muro más allá del mundo civilizado. La compilación que nos presenta García Gual en este estupendo volumen se compone de dos ejemplos emblemáticos de la tradición popular sobre Alejandro: por un lado, está el propio origen de esta tradición, la llamada "Novela de Alejandro" atribuida falsariamente a Calístenes, historiador de la época del rey macedonio. Esta novela griega del Pseudo-Calístenes, con sus varias recensiones antiguas, entre los siglos III a V, es la fuente de las traducciones posteriores (especialmente influyentes las versiones intermedias latinas, armenias y siriacas a muy diversas lenguas en Oriente y Occidente, desde el francés al persa. Aquí se nos presenta a un Alejandro muy diferente del histórico, hijo del mágico faraón Nectanebo merced a un enredo entre erótico y sobrenatural, que corre inefables aventuras siguiendo el esquema histórico ya conocido -sí, con sus batallas y sus campañas- pero trufado de aventuras fantasiosas y con una composición y estructura que recuerda a una especie de "evangelio" alejandrino -de hecho, será el libro más veces traducido tras la Biblia-, con su héroe, su traidor, sus hechos, sus dichos y su muerte.

La segunda Vida que se presenta en esta cuidada edición es un epígono aún más fantasioso que el Pseudo-Calístenes y que, curiosamente, tras una larga tradición oral, es la primera novela impresa en griego moderno (Venecia, 1750). Es una variante popular de aquellas recensiones tardoantiguas, acrecida con aventuras extravagantes, en lo que el profesor García Gual llama el "folletín" de Alejandro, que "acentúa el tono dramático y fantástico del relato original, reelaborado en una prosa sencilla, pintoresca, y de fuerte colorido popular". Es curioso este libro en prosa, que en la recepción neogriega convive con una versión versificada, llamada la Rimada, que data de algo más de un siglo atrás: ambas eran leídas y transmitidas en círculos domésticos en una época de baja alfabetización. Su exotismo es interesante en el plano geográfico, pues se citan pueblos turcomanos, se habla de Morea, nombre medieval del Peloponeso, se inventan reinos enteros, y aparecen personajes de la tradición bíblica y episodios exagerados. Pero no es solo literatura, pues estas leyendas han pervivido hasta hoy día en el folclor; si en el mundo eslavo y oriental se perfila a Alejandro como el guardián de las puertas que encierran la maldad de Gog y Magog, en el norte de Grecia y las islas se han extendido la fábula de la nereida o gorgona, hermana o viuda del rey, que se aparece entre las aguas del mar preguntando a los marineros si "vive el rey Alejandro": hay que responder que sí, que "vive y reina", o hundirá el barco sin remisión. Larga es, pues la sombre del mito de Alejandro.



Vidas de Alejandro

Dos relatos fabulosos

Pseudo Calístenes/Anonimo

Edición de Carlos García Gual

Traducción de Carlos García Gual y Carlos R. Méndez

Siruela, 2024

412 páginas, 26 euros

The Art of Deathloop (III)

 



































domingo, 21 de abril de 2024

Regreso al país del invierno

 El faro del fin del mundo / Jacinto Antón


Una imagen de la serie Three Pines


La otra noche soñé que regresaba a Three Pines, lo que es absurdo porque Three Pines no existe. Es el pueblo canadiense de las estupendas novelas policiacas (y la subsiguiente serie televisiba) de Louise Penny protagonizadas por el detective Armand Gamache, jefe de la Sûreté de Quebec, y una creación literaria tan ficticia como Smalville, Twin Peaks o Jerusalem´s Lot. Y sin embargo es pensar en Three Pines y ponerme a recordar toda su geografía, y el frío inenarrable que pasé allí, y tantas cosas inolvidables que llegué a vivir. Porque Three Pines no existe, pero Penny lo inventó en base a sitios reales, pequeñas localidades de la región de los Cantones del Este, entre el río San Lorenzo y la frontera del Quebec con EE UU.

En medio del crudo invierno de 2016 ("mon pays ce n´est pas un pays, c´est l´hiver", cantaba, tiritando, imagino, Gilles Vigneault, el poeta de Blanc-Sablon) viajé allí para entrevistar a Penny, que vive en el pueblo de Knowlton, junto al lago Brome, un sitio tan a desmano que le costaría llegar hasta a Jesuita Joe. El desfase horario, conducir un coche alquilado en medio de una gran nevada desde Montreal (unos 100 kilómetros) y que se me cruzara en la carretera un alce no ayudaron a que tuviera muy despejada la cabeza. Dado mi estado y mi sentido de la orientación es raro que no acabara en Manitoba. Así que guardo recuerdos confusos e inconexos del tiempo que pasé por ahí. Me detuve en Standbridge East y visité un pequeño museo en un viejo molino de agua en el que se exponían rifles Spencer de los Red Saches de Missiquoi, la milicia de voluntarios canadienses de la región que se enfrentó en la década de 1870 a la invasión de los fenianos irlandeses-estadounidenses, un episodio del que no tenía ni idea. Missiquoi es una palabra de los indios abenaki que significa "rico en aves acuáticas". Lo pone en mi libreta Moleskine correspondiente a ese viaje y llena de anotaciones igual de trascendentes. Algunas son difíciles de descifrar porque están escritas temblando. Tenía tanto frío todo el rato (llegamos a estas a casi 30 grados bajo cero) que habría sido capaz de matar un castor con mis propias manos y despellejarlo para hacerme un gorro calentito como el de Daniel Boone.

Me viene a la mente luego la imagen, tras la ventana de un bar, de un pájaro carpintero trepando por el tronco de un árbol. Era un "pic chevelu" (Picoides villosus), lo sé porque lo identifiqué después gracias a un pequeño volumen, Les odiseaux d´hiver au Québec, de Peter Lane (Editions Heritage, de Montreal, 1980), que me llevé, con subrepticias maneras dignas del hurón Magua, de la casa de Abercorn de la familia Lapointe. Afortunadamente no tenían un rifle Spencer. Con Penny quedé en un pueblo cercano con el ominoso nombre -visto desde hoy- de Sutton. Fue un encuentro muy agradable. Todos estos bonitos recuerdos se me agolparon el otro día al encontrarme en Barcelona otra vez con Penny, que presentaba su último libro publicado en castellano, El reino de los ciegos. Devoré previamente la novela, una de las mejores de ls serie, 446 páginas que combinan como sólo sabe hacerlo Penny la intriga, la violencia, la humanidad -"la cuestión es: ¿qué guarda la gente en su corazón?"- y el frío.

En el centro del la trama está Gamache, que vive "en la morada del dolor" de sus arduas decisiones policiales y a la vez en el arrullo de la familia y las amistades. Demediado entre el horror y el amor, escéptico y compasivo, considera, pese a toda la podredumbre que ha visto, que todos tenemos la posibilidad de salvarnos. Y está dispuesto a arrimar el hombro para ayudarnos a ello. Ese mismo sentimiento lo leí de nuevo en la mirada de Penny el otro día en el restaurante Igueldo, cuando me acerqué a saludarla y alzó la cabeza con su permanente sonrisa. Una persona que cree en las segundas oportunidades y en la bondad intrínseca del ser humano. Siempre ha dicho que Gamache era su marido Michael y de hecho estuvo a punto de abandonar la serie al fallecer este.

Sin embargo, me parece que en realidad Gamache es ella, como es ella el invierno en su país. Un invierno que destella en sus ojos de dama del crimen, de un azul hielo, pero a la vez llenos de la promesa de calidez de un té o un chocolate caliente y una buena conversación junto a la estufa. El crepitar de los troncos de arce en una hoguera, un perrito caliente en un partido de los Canadiens, una sonrisa. En medio del frío y la desolación, la bondad, la bondad.

El Pais, sábado 6 de abril de 2024


La intrincada naturaleza cuántica de un domingo

Olivier Schrauwen dedica un espectacular comic de casi 500 páginas a testimoniar un único y aburrido día en la vida de su primo Thibault, como huella inalterable de la existencia humana

Dibujo de Domingo flamenco (Fulgencio Pimentel), de O. Schrauwen

Por Álvaro Pons

El domingo: día destinado a aportar aburrimiento a una semana que, por lo demás, fue feliz y provechosa. Pocos días simbolizan de una manera tan evidente y clara ese tedio cotidiano y pegajoso que se va extendiendo a medida que pasa el día y ata sólidamente al sofá, la manta y al mando a distancia, mientras saltamos con indiferencia entre canales intrascendentes, esperando tan solo que los bostezos de desinterés sean menos evidentes. Se pueden afirmar sin demasiado miedo al error que un domingo es la medida estándar de un día en el que no pasa nada, lo que lo hace, desde luego, poco apetecible a ser elegido escenario para protagonizar un relato que recupere la minuciosa descripción de los acontecimientos cotidianos en la mejor tradición de Leopold Bloom. 

Pero Olivier Schrauwen ha demostrado fehacientemente su innata capacidad para retar lo establecido; así que tras ficcionar la memoria colonial de su abuelo en Arsène Schrauwen, quizás era lógico dar el paso de seguir recurriendo a su familia para pasar de la larga cronología de una vida a fijarse en su primo Thibault y hacer testimonio de un único día, un domingo. Durante casi 500 páginas, Domingo flamenco (Fulgencio Pimentel, traducción de Joana Carro y César Sánchez) hace cuidadoso apunte de todo lo ocurrido a este tipógrafo durante un domingo de 2017, para descubrir que, quizás, el concepto de "no pasa nada" resulta más complejo de lo que se pensaba. Igual que los físicos descubrieron que el vacío resultaba ser un proceloso mar de partículas en constante fluctuación cuántica, lo que nuestra limitada mente percibe como un aburrido cúmulo de naderías es tan solo la expresión de una frondosa estructura arbórea, una especie de fractal infinito donde las rutinas cotidianas se expanden y conectan pasado, presente y futuro en una repetición que entendemos como aburrida, pero que es una manifestación orgánica de la vida.

Para Schrauwen, cada acto cotidiano es productor inconsciente de la memoria, de esos recuerdos que acuden a nuestra mente sin razón aparente, como esas fluctuaciones cuánticas sometidas tan solo al caprichoso mandato del azar probabilístico. Pero también parte de una poliédrica realidad donde todo está conectado: el aleteo de la mariposa puede ser un ratón curioso perseguido por un gato, el miedo a que el móvil caiga en el agua durante un baño a un generoso vecina dispuesta a traernos comida. Tan aparentemente disjuntos como sorprendentemente conectados con pensamientos a miles de kilómetros, la conversación de unos amigos en un bar o el recuerdo de un día con una cámara de súper 8. Tiempo y espacio se unen en una única realidad al alcance de una única realidad al alcance de un parpadeo, de un pensamiento imposible o de una reflexión loca.

Por el camino, Schrauwen se permite trabajar, como es habitual en su obra, con el formalismo desde ese bitono risográfico (espectacular el trabajo de edición editorial en la traducción española) que se extiende por todo tipo de juegos plásticos que usan la página y la viñeta como elementos de medida temporal, recordando cómo Töpffer ya jugó a comprimir y estirar el tiempo con la composición allá por el XIX, pero esta vez desde la perspectiva de la pantalla de las apps que todo lo dominan. Y, además, nos recuerda que la creación artística es parte ineludible de la naturaleza del ser humano: la construcción de nuestra memoria cotidiana no puede desgajarse de lo creativo, ya sea propio o ajeno. Cine, pintura, escultura, televisión.., la cultura popular empapa cada intersticio de esta minuciosa narración cronológica de un día, hora a hora, como poso ineludible de que hemos vivido, como huella inalterable de la existencia humana.

Tras llegar al final de este domingo cualquiera, es evidente que Schrauwen ha conseguido, a modo de esas cianotipias que en su día experimentó su compañera, la impresión palpable de algo tan inasible y complejo  como lo cotididiano. Una miríada de acontecimientos, hechos, personas y lugares, de recuerdos y actos, de absurdos y sinsentidos, de reflejos inconscientes y decisiones sin importancia que jalonan un retrato de apariencia inconexa y deslavazada, un rompecabezas sin solución en la distancia corta, pero que, al dar un paso atrás y ver en su completitud, resulta un curioso trampantojo, en ese juego de Archimboldo que nos lleva inexorablemente a reconocer lo que estamos viendo como algo tan claro y evidente como la vida. La nuestra, la de cualquiera, la que construimos a cada minuto sin ser conscientes de que cada segundo que pasa escribimos una vida. Sin duda, una obra tan monumental como fascinante, llamada a perdurar como aquella que relató un 16 de junio de 1904.




Domingo flamenco

Olivier Schrauwen

Traducción de Joana Carro y César Sánchez

Fulgencio Pimentel, 2024

472 páginas. 48 euros


El Pais. Babelia núm. 1.688. Viernes 29 de marzo de 2024

Gonzalo Ruggieri

Gonzalo es un ilustrador y dibujante de comics argentino que ha publicado en US, Argentina, España y Serbia. Su trabajo digital conserva la soltura expresiva de las herramientas analógicas para lograr un estilo pictórico.


De Izquierda a derecha, de arriba a abajo: Portada para Ill Vacation."Hice esto para una aventura de cómic de ciencia-ficción escrita por Steve Thompson. La repetición y el contraste entre los personajes era el concepto más importante para mostrar", Secuencia de Metal Eagle. "De un cómic de aventuras de espias escrito por Mathew Kund. Mi principal atención, como siempre con un cómic, fue considerar el diseño y el flujo de los paneles”. Portada para Cosmic Caveman. "Una portada que hice para una historia escrita por Noah Ray y dibujada por Clint Kisor. Esta pieza tiene la acción como protagonista”.
The Iron Giant
Una pieza personal y homenaje a una de mis películas animadas favoritas. Publicado en Mutant, mi libro de arte lanzado en 2022”.
 

Aquí su página web: Gonzalo Ruggieri, Instagram


Publicado en la revista ImagineFX nº diciembre 2023